martes, 20 de enero de 2009

PODER HEGEMÓNICO POPULAR, DEMOCRATICO-PARTICIPATIVO, BOLIVARIANO Y SOCIALISTA (1999- ACTUAL)

Por: MSC. Carlos Zapata R.
(Presentación Analítica para el Curso: Visión de la Realidad Venezolana, Latinoamericana y Mundial desde una mirada critica y reflexiva)
Maestría en Ciencias de la Educación – Robinsoniana

2008


"La lucha de Bolívar coincidió con la revolución industrial y sus combates fueron contra una estructura de poder colonial y de dominación. Ahora estamos enfrentados a una revolución tecnológica, con sus propias manifestaciones de dominación y neocolonialismo desde las nuevas formas de gestión a las empresas multinacionales"

Salvador Allende G.
Discurso ante el Congreso Nacional de Colombia, 30-08-1971.

¿Crisis de época o Crisis de un Modelo de Hegemonía política?

Volver a revisar desde un punto crítico y reflexivo, la historia de mi país, conlleva sin lugar a dudas, a estudiar la herencia del ideario bolivariano, no sólo en el pasado, sino en la perspectiva de la consecución de nuevos sueños y propuestas, en la que el ciudadano pueda contribuir en los desafíos del siglo XXI.
En este escenario puedo decir que la decadencia generalizada, centrada en la crisis de la organización del poder político, ha tenido gran influencia en la sociedad venezolana; pues la experiencia venezolana con la democracia, como régimen político y práctica social, contrasta con otras sociedades latinoamericanas, de modo notorio con las del cono sur, que cayeron en dictaduras en los años 60, 70 y 80, y recuperaron una democracia restringida lustros después. Experiencias como la de Argentina y Chile fueron de gran importancia en el debate teórico sobre el tema de la democracia en la región, pues marcaron las orientaciones generales de la academia latinoamericana y estadounidense sobre América Latina, así como también la práctica de actores sociales y políticos de la región.
El contraste de estas experiencias con la venezolana, en la cual son claramente definidos los cuatro grandes períodos de poder hegemónico (conservador, liberal, militar andino y democrático populista y reformista), ha contribuido a las dudas y resistencias que ha despertado la “democracia participativa y protagónica” que se ensaya en Venezuela, y la dificultad para algunos de ubicarla como una propuesta situada en la “izquierda” política de América Latina[1].
Es notorio resaltar que los años de “transición democrática”, característicos de muchas sociedades de la región en los años 80 y 90, fueron posibles gracias a una negociación entre factores de poder autoritarios y actores sociopolíticos democráticos, alrededor del respeto a una democracia formal, “mínima” o procedimental[2]. Las democracias prevalecientes con anterioridad, como la chilena, brasileña o argentina, que aspiraban a equidad y justicia social, habrían colapsado -se diagnosticó- al agotarse el modelo de sustitución de importaciones, y al hacerse las demandas crecientes de la población, insostenibles financieramente para el Estado. Según esta línea argumentativa, el exceso de demandas provocó el cierre del ciclo de los nacional-populismos en América Latina y abrió el de las dictaduras; en donde las movilizaciones, las exageradas exigencias a la democracia, entre otras Lechner (1994), estuvieron entre los aspectos que hicieron al péndulo, volver al lugar de las dictaduras feroces, de los regímenes autoritarios, característicos del pasado latinoamericano.
Los latinoamericanos, sobre todo en el cono sur, padecieron con ello represión masiva, torturas, desapariciones y toda suerte de violaciones a sus derechos humanos. Este diagnóstico trajo como consecuencia la valoración de dos aspectos de cultura política hegemónica, que antes eran menospreciados en la región, especialmente por parte de la izquierda: uno, la valoración de la democracia procedimental o “mínima”, como manera de garantizar un orden político de respeto a los derechos civiles y humanos de la población, cuyas dificultades económicas y/o políticas potenciadas por una crisis de sociedad, dio la convicción de que a partir de una democracia procedimental, podría poco a poco irse ensanchando los espacios democráticos de la sociedad, para alcanzar mayores niveles de justicia y equidad social. La obtención de este tipo de democracia abrió la esperanza de un mundo mejor para las grandes mayorías de la región. La
izquierda política, sobre todo en el cono sur, que antes consideraba, debido al legado leninista, a la democracia representativa como “burguesa” y despreciable, se concilió con lo procedimental, aprendió a valorarla (Roberts, 1998: citado por López, M y Lander, L E. (2000),
El otro aspecto que cambió en la cultura política hegemónica del cono sur, según sostuvieron científicos sociales como Manin (1992) o Novarro (1997), fue la relación de la población con el Estado. Se produjo entre los sectores populares, un extrañamiento y una desconfianza hacia el Estado, valorándose positivamente su retracción de la regulación en diversos ámbitos de la vida social. En este escenario, la cultura política popular se volvió proclive a la privatización[3].
Las ideas expuestas permiten señalar que la experiencia de un Estado enemigo, torturador y violador de derechos básicos, vivida dramáticamente por los sectores populares durante las dictaduras, trajo esta consecuencia la legitimación de la idea de que mientras menos Estado, es mejor. Estos cambios en la cultura política no fueron vividos de la misma forma por la sociedad venezolana. En este caso, nunca se produjo un colapso de la democracia representativa por excesivas demandas de la sociedad al Estado. Lo que sucedió fue un deterioro de la democracia representativa y sus actores hegemónicos, al mostrarse éstos incapaces de remontar la crisis de la deuda de los primeros años 80, al negarse a aprobar reformas estatales de profundización de la democracia, exigidas crecientemente por diversos sectores sociales y políticos, y al implementar, a pesar del expreso rechazo del electorado, planes de ajuste y reformas económicas de orientación neoliberal.
Esta diferencia en la experiencia política reciente, contribuye a explicar, tanto la búsqueda temprana en Venezuela -en relación a otros países de la región- de una opción más sustantiva de democracia que la procedimental, como también, paradójicamente, por qué permanecen entre los actores sociopolíticos venezolanos, incluyendo partidos y organizaciones políticas de izquierda, rasgos autoritarios que reflejan poca estima por lo procedimental de la democracia, en este sentido ambos rasgos han convivido en esta cultura política como resultado de su particular experiencia con la democracia.
Ahora bien, en los primeros años de gobierno de Chávez, en múltiples ocasiones observamos como éste y los partidos que lo apoyan, algunos pertenecientes u originados de la izquierda ideológica, recurrieron a procedimientos si bien legales, reñidos con una práctica democrática transparente[4]. Un caso fue el de la designación de los miembros “transitorios” del Tribunal Supremo de Justicia por parte de la “Comisión Legislativa Nacional”, mejor conocida como el “Congresillo” en 2000. El Congresillo fue un órgano deliberativo provisional designado por la Asamblea Nacional Constituyente, luego de la aprobación de la Constitución de 1999, para resolver problemas político-administrativos en el lapso contemplado desde la disolución de la Constituyente hasta la elección de los diputados de la nueva Asamblea Nacional. También puede señalarse entre otros casos, la forma como fueron aprobadas 49 leyes en noviembre de 2002, algunas medulares del proyecto político bolivariano, como la Ley de Tierra y la Ley de Hidrocarburos, mediante facultades extraordinarias conferidas por la Asamblea Nacional al Ejecutivo a través de la llamada “ley Habilitante”. Este procedimiento, reñido con el concepto “participativo” de la Constitución, permitió que estas leyes fueran aprobadas sin discusión parlamentaria ni negociación entre sectores afectados y el gobierno.
Por otra parte, las permanentes movilizaciones callejeras de los últimos 20 años señalan, a diferencia de lo que se ha sostenido para sectores populares de sociedades del cono sur, que sectores populares en Venezuela mantienen su exigencia de una democracia que cumpla con las aspiraciones de educación, salud y justicia social (López Maya y Lander, 2000). El repudio a la intervención del Estado es en Venezuela muy menor al caso de su rechazo en otras sociedades, toda vez que los venezolanos no han experimentado la represión masiva y continuada que sucedió en las experiencias autoritarias en otras partes de América Latina.
En este orden de ideas, la condición petrolera del Estado venezolano también contribuye a fortalecer la percepción popular de su necesaria o conveniente injerencia en economía y otros aspectos que corrijan la exclusión e injusticia sociales. Se ha señalado, sin embargo, que en los años 90 se produjo una diferenciación en la cultura política de los sectores populares con relación a las clases medias y altas. Estas últimas fueron convenciéndose de las bondades de la retracción del Estado en las distintas actividades socioeconómicas, en contraste con los sectores populares que siguieron valorando la acción del Estado como garantía para el desarrollo de sus derechos (Roberts, 2003).
Un ingrediente que contribuye a la severa polarización política que hoy presenta la sociedad pudo haber sido lo que Gramsci propone como una “voluntad colectiva nacional-popular”, en este sentido la necesidad de ese nexo entre una cultura moderna, laica y científica y los núcleos de “buen sentido” que se alojan en la contradictoria cultura popular, especifica en su concepto de hegemonía como un proceso de constitución de los sujetos sociales.
Las reflexiones que aquí se apuntan, sobre la hegemonía no hacen más que coronar el discurso de Gramsci sobre lo nacional popular como categoría fundante de la posibilidad del cambio histórico. Por lo que la producción de hegemonía va a estar determinada por la relación que se establezca entre Estado y pueblo, la cual debe ser estudiada de manera específica para cada sociedad ya que cada formación social constituye, en si misma, un modo de hegemonía.
Por ello, cuando hablamos de crisis estatal, hacemos referencia a la crisis en una formación social[5] como una totalidad; de manera que debemos entender que cuando en una determinada sociedad ocurre una crisis económica, esta se refleja y se siente en el sistema político por la relación existente entre ambas esferas; y, la manera, como habrá de enfrentarse la referida crisis supone el establecimiento de un nuevo modelo de organización estatal en el cual se incluya al pueblo y su participación en el Estado. Esta estrategia determinó la emergencia de un nuevo estilo de acción política, de una nueva forma de hacer y concebir la política, a través del establecimiento de nuevas instituciones y del fraguado de un sistema político que en su accionar sirviera de mediador entre el Estado y la sociedad.
El concepto de hegemonía debe tenerse, entonces, como la base para el análisis de los problemas político-sociales de Venezuela, ya que, como lo decía Gramsci: “No debe olvidarse que el error en que se cae a menudo en el análisis histórico consiste en no saber hallar la relación entre lo permanente y lo ocasional, incurriéndose o en la exposición de causas remotas como si fueran las inmediatas, o en la afirmación de que las causas inmediatas son las únicas causas suficientes”.

¿Fracaso del Reformismo, partícula de la Hegemonía Venezolana?
De acuerdo al artículo publicado “El Gran Viraje una propuesta neoliberal para el desarrollo nacional”[6]. Se afirma que el VIII Plan de la Nación: partía del supuesto de que el modelo de desarrollo basado en la sustitución de importaciones, que rigió la economía nacional, se había agotado.
Detrás de esa afirmación se ocultaba la verdadera realidad del funcionamiento de nuestro aparato productivo, esa verdad que nos lleva a sostener que no se ajusta a lo cierto un análisis que intenta desentrañar la manera como ha funcionado o como se ha estructurado nuestra formación económico social, pero que oculta el carácter no normal del capitalismo venezolano, el cual se engendra, crece y desarrolla al amparo de la renta petrolera. Realidad que no se toma en cuenta como prioritaria, y nos luce menos parcial, incompleto y, evidentemente, ello no podrá conducirnos a encontrar la salida de la crisis.
Por lo planteado, entonces, era formular un nuevo modelo de desarrollo, que partiendo de lo que eramos y aspirabamos alcanzar para el bienestar de nuestros compatriotas. Ello imponía la necesidad de producir un conjunto de cambios estructurales no sólo en lo económico, sino también en lo político, lo social y lo jurídico-constitucional, ya que era la formación social venezolana la que requería ser transformada.
Resultaba necesario, por tanto, buscar soluciones prácticas a la crisis producto de la hegemonía del poder, partiendo de lo que sabíamos que eramos pudieramos transitar hacia lo que queríamos ser. Pero ese transito requería que se implementaran políticas que hicieran del venezolano un ser imaginativo y creador, trabajador y productivo, educado y capacitado, honesto y bondadoso, en fin, un ser humano que fuera capaz de alcanzar lo que Aristóteles en su Ética Nicomáquea definía como la eudemonía o vida buena.
Partiendo de lo expuesto la “hegemonía populista”, en el caso venezolano debía conducirnos a entender que el agotamiento del “sistema populista de conciliación de élites”, como lo definió Juan Carlos Rey; de “democracia representativa basada en el funcionamiento de un pacto tácito”, como lo llamaron Gastón Carvallo y Josefina Ríos; o, como lo hemos llamado de “hegemonía populista”, la cual requería de una visión de futuro que tuviera presente que el agotamiento del modelo de desarrollo instrumentado a partir de 1958, con el Pacto de Punto Fijo, pero ideado en 1945 como proyecto político, cuyo actor fundamental había sido Acción Democrática, tenía como objetivo principal el establecimiento de la democracia representativa, en el cual se concebía a la democracia como un sistema político y no como una forma de vida.
Sin embargo el proceso modernizador que, como bien lo predijo José Agustín Silva Michelena, en su obra Crisis de la Democracia (1970), por razones estructurales, habría de entrar en crisis tempranamente. La misma se comenzó a poner de manifiesto a partir del excesivo y permanente proceso de partidización de la sociedad venezolana a través de los procesos electorales, ya que el rol de las maquinarias partidistas engendró el desarrollo de una cultura clientelar. Demostrandose, de manera contradictoria, que el establecimiento del bipartidismo en nuestro país a partir del proceso electoral de 1973, antes que significar la consolidación del mismo, evidenció el derumbe de la hegemonía populista. Siguiendo estas ideas edificar un nuevo estadio suponía instrumentar un proceso de transición en el cual se avanzara hacia la definición y se establecieran los mecanismos para la instrumentación del nuevo modelo. Ahora bien, esa transición no debía ser concebida como un momento, como un problema de tiempo. Ya que la transición que hoy demandan nuestros pueblos no es el tránsito de una dictadura a la democracia.
Lo planteado era el tránsito de un sistema democrático con limitaciones, excluyente, que había generado un estado ineficaz e ineficiente, que no había enfrentado a la pobreza y el hambre como problemas fundamentales, que se había quedado anclado en la esfera de lo político, hacia la estructuración de un modelo democrático como forma de vida, de una nueva cultura. En definitiva, avanzar en una transición de una democracia con limitaciones, meramente, representativa a una democracia más plena, participativa.


¿La Revolución Bolivariana un Proyecto de Hegemonía Nacional?
El Estado capitalista venezolano, sustentado en el rentísmo petrolero y en un sistema político partidocrático, engendró un conjunto de diferencias con las clases populares nacionales que son las que explican su temprano agotamiento. La mayor parte de las necesidades y expectativas económicas, sociales, políticas y culturales de éste no fueron satisfechas por las ofertas políticas, mucho menos por la acción de gobierno.
La Venezuela populista, clientelar, partidocrática, elitista y excluyente, que empobreció al pueblo venezolano, tenía que ser transformada. Su transformación requería de la formulación de un proyecto de país distinto, de un nuevo Proyecto Nacional, que colocara al venezolano en el centro de su estructuración. Sin excluidos y sin excluidores. Solidario y exigente. Serio y responsable en la distribución de la riqueza. Verdaderamente democrático, de democracia participativa. Es en este orden de ideas que emerge la propuesta de la Revolución Bolivariana, como nuevo Proyecto Nacional.
Es por ello que, cumpliendo con el compromiso adquirido con el pueblo venezolano en las elecciones presidenciales de 1998, en 1999 se inició dicho proceso. En menos de un año se transformó el marco constitucional del país, la Constitución Bolivariana, la cual es reconocida como una de las más avanzadas en el mundo, será a partir de entonces, el cuerpo jurídico-político que de fuerza doctrinaria al Proceso Revolucionario. Como resultado de ese proceso, produjo la relegitimación de todos los poderes, lo cual inicia una nueva era constitucional en la política venezolana.
En tal sentido, la propuesta de la Venezuela a construir, tenía que definir con absoluta claridad los principales ejes de la futura acción del gobierno revolucionario, a los cuales se definió como Equilibrio Político, Equilibrio Económico, Equilibrio Social, Equilibrio Territorial y Equilibrio Internacional.
En tal sentido, el nuevo Proyecto Nacional ha sido plasmado en varios documentos, en los cuales se expone, con absoluta claridad, los principales lineamientos conceptuales del proceso de cambio y transformación revolucionaria. En este breve ensayo nosotros nos referiremos a tres de ellos que nos parecen fundamentales, sin que ello signifique negar la importancia de los otros:
El primero: La Propuesta de Hugo Chávez para Transformar a Venezuela. Una Revolución Democrática (1998), habría de constituir un primer documento en el cual se esboza el diagnóstico de la formación social venezolana y se postulan las principales propuestas para la formulación del Nuevo Proyecto Nacional.
El segundo documento es el Programa de Gobierno de Hugo Chávez . Lograda la victoria electoral de 1998 se hacía necesario darle cuerpo programático al conjunto de propuestas hechas al pueblo venezolano. Para dar cumplimiento a tal objetivo se elaboró el Programa de Gobierno. Aquí se planteó, como hecho novedoso, la invitación a los venezolanos a participar en la actividad política, para construir la Democracia Bolivariana; en la transformación económica, para desarrollar la Economía Productiva; en el cambio social, para alcanzar la Justicia Social; en el diseño de nuevas áreas geográficas, para ocupar y consolidar el Territorio Nacional; se formuló una nueva política internacional, para fortalecer la soberanía en la integración multipolar.
El tercer documento es el Plan de Desarrollo Económico y Social de la Nación: 2001-2007 . Por vez primera en Venezuela se presenta un Plan de Desarrollo Nacional para el mediano plazo, concebido como una fase de un proyecto de más largo aliento, determinado por las propuestas que dan viabilidad al tránsito de una Venezuela petrolera rentista a una Venezuela productiva, de democracia participativa.
Finalmente, como se ha señalado, el análisis de la crisis de la formación social y hegemónica venezolana, debe hacerse no sólo a partir de la relación clase dominante-Estado; sino, también, clases populares-Estado, para poder establecer en qué medida esta última puede permitir el desarrollo de una nueva acción hegemónica.
Es por ello que se ha propuesto avanzar en la construcción de un sistema democrático participativo, verdaderamente democrático. Que hunde sus raíces en lo que somos y lo que queremos ser. Que entienda que una verdadera democracia política es aquella que permite el disenso. Que la idea del otro, que la confrontación, que la oposición a las normas tradicionales, son parte de ella. Son su esencia y razón de ser.
Hoy día estamos construyendo, de igual manera, una democracia económica, pero la riqueza de nuestra nación no puede seguir siendo colocada al servicio de unos pocos, de manera exclusiva al gran capital. Esta tiene que ser socializada, pues tenemos que establecer una más equitativa distribución y redistribución de la misma.
Pero sobre todo, para poder edificar la hegemonía popular que estamos construyendo, nos hemos planteado superar las enormes desigualdades sociales que hoy tenemos. Por proponernos, redimirle al venezolano su condición humana; por querer, construir una patria digna que se respete a sí misma; por plantearnos, derrotar la pobreza, la inequidad, las desigualdades; es que se han generado los conflictos vividos durante los dos últimos años.





Referencias Bibliográficas

Ellner, S. (2002). “Literatura reciente sobre la democracia latinoamericana”, Revista Venezolana de Economía y Ciencias Sociales, vol. 8, no. 1, pp.133-152.

Lander, E (1995). Neoliberalismo, sociedad civil y democracia. Ensayos sobre América Latina y Venezuela, Caracas, Ediciones de la UCV.

Lechner, Norbert (1994), “Los nuevos perfiles de la política: un bosquejo ”, Nueva Sociedad, no 130, marzo-abril, pp. 32-43.

López, M y Lander, L E. (2000), “Ajustes, costos sociales y la agenda de los pobres en Venezuela: 1984-1998”, Revista Venezolana de Economía Ciencias Sociales, vol. 6, no. 3, pp. 185-208.

López, M .(2002b). “Partidos de izquierda en Venezuela al comenzar el siglo XXI: El Movimiento Quinta República y el Patria Para Todos”, trabajo presentado en el Grupo de Trabajo Partidos Políticos de Clacso, Campinas, noviembre, inédito.

Manin, B. (1992). “Metamorfosis de la representación” en Mario Dos Santos (coord.), ¿Qué queda de la representación política?, Caracas, Editorial Nueva Sociedad.

Novarro, M. (1997). “El liberalismo político y la cultura política popular”, Nueva Sociedad, no. 149, pp. 114-129. Caracas.

Pineda, N. (s/a). Embajador. Representante Alterno de la República Bolivariana de Venezuela ante la OEA.
[1] Democracia Participativa y Políticas Sociales en el Gobierno de Hugo Chávez Frías. Centro de Estudios del Desarrollo (Cendes). López, Margarita

[2] Hay una literatura abundante sobre la materia. Un resumen con aspectos resaltantes del debate puede verse entre otros en Lander (1995) y Ellner (2002).

[3] Novarro, Marco (1997), “El liberalismo político y la cultura política popular”, Nueva Sociedad, no. 149, pp. 114-129. Caracas.

[4] Sobre partidos políticos de izquierda en la Venezuela de fines de siglo, puede verse López Maya (2002b).

[5] Pineda Prada, Nelson. Embajador. Representante Alterno de la República Bolivariana de Venezuela ante la OEA.
[6] López, M. El Gran Viraje una propuesta neoliberal para el desarrollo nacional

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